Hay un dicho Cantones que dice:
“Yat Dam, Yee Lik, Sam Kung Fu”
“ Primero valor, Segundo fuerza, tercero Kung Fu.”
Una de las partes más importantes de las artes marciales es precisamente su marcialidad. Esto es, las aplicaciones de las técnicas del estilo de cara a su uso en una pelea real.
Y esto precisamente, la aplicación de nuestros conocimientos marciales en una pelea real, es uno de los puntos más controvertidos para los que las practicamos.
Así, hay infinidad de artículos (algunos en este mismo blog) en los que se dan recomendaciones, tácticas o simplemente reflexiones sobre este asunto… ¿funcionara mi arte marcial en una pelea real?
Muchas personas opinan que la clave esta en el entrenamiento; divagando entre la importancia relativa que tiene el sparring, el trabajo del estrés, el contacto pleno o la simulación de entornos reales… sin embargo yo creo que todos ellos están equivocados.
A la hora de la verdad lo que más cuenta es el valor.
Así, a secas. El valor de enfrentarse a lo que sea que pueda pasarte por plantar cara; por que nunca debemos olvidar que el entrenamiento nos dará herramientas y una forma física, pero estas aptitudes solo serán valiosas si tenemos la voluntad de utilizarlas.
Según el Mahabharata, el valor nace del desapego, y estoy deacuerdo con eso.
Para vencer al miedo que todos sentimos ante una posible agresión hay que desapegarse de la vida de uno mismo, asumir que te la estas jugando, y que pasara lo que tenga que pasar; o como reza un dicho oriental: “Cortar dos cabezas (la tulla y la de tu enemigo) y dejar que el frío acero brille a la luz de luna”.
Solo así puede uno concentrarse realmente en golpear cuando y como tiene que hacerlo, para, irónicamente, salvar con ello el propio pellejo.
Esto, por supuesto es mucho mas fácil decirlo que hacerlo, y en mi experiencia, es una cualidad con la que se nace o que se tiene que aprender por las malas. Por esto es tan importante el utilizar nuestros conocimientos únicamente para defendernos y solo cuando no nos queda otra salida digna… y es que el riesgo tiene que merecer la pena.
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