sábado, 19 de marzo de 2016

Madurar vestido de Kung Fu





El otro día me detuve, en uno de esos momentos introspectivos que tengo a veces, a valorar el hecho de llevar tantos años entrenando, y en como había cambiado mi vida el estudio del Kung Fu.

No me sorprendí demasiado al comprobar que esta disciplina me ha acompañado en todos los aspectos de mi madurez. Cuando uno va cumpliendo años, es de desear que también se valla haciendo más sabio. Esto es, conocerse a uno mismo, valorar mejor sus instintos y debilidades, usar más la cabeza e intentar ser mejor persona para uno mismo y los que le rodean. Hay pocas cosas más tristes que una persona que se encastilla en el “yo soy como soy”, reafirmándose en sus defectos una y otra vez a lo largo de su vida...

Dicen que la vida es aprendizaje, yo creo que también debe ser evolución y superación.

Aunque me considero un artista marcial más bien del montón (con mis puntos fuertes y flaquezas, como todo el mundo), tengo que reconocer que el entrenamiento me ha vuelto una persona mucho más segura de mi misma. Y no me refiero a la clase de seguridad que le vuelve a uno temerario, enfrentando el peligro a ciegas. Me refiero al profundo convencimiento de que se es mucho mas fuerte, capaz y desenvuelto de lo que nunca se ha sido antes, y eso le da a uno una templanza ante los problemas de la vida que vale su precio en oro… “mas valioso que un lingote oro es el conocimiento del Kung Fu” reza la vieja sabiduría china. Y no quiero decir con esto que piense que sea imbatible, invulnerable o infalible, esos conceptos solo son fantasías que nunca han encontrado su sitio en la realidad. Es solo que no tengo el menor miedo a lo que la vida pueda ponerme en el camino. Y eso, amigos míos, es un sentimiento muy valioso que bien merece su precio en sudor y lagrimas.

A entrenar